
La historia política de Colombia, desde un punto de vista partidista, ha entrado en una especie de apocalipsis democrática, en la que el ciudadano no sabe y mucho menos deduce que defiende los partidos políticos desde el punto de vista social, ideológico, cultural, económico como pensamiento experimental contemporáneo.
La democracia en el país ha fracasado como todos los intentos de superación y mejoramiento durante los últimos 30 años. Es una democracia fragmentada, carente de un grueso académico, franqueable y al tiempo insostenible, sucia, vetusta y sin un porvenir claro. Mandatarios como Samper, Pastrana y Uribe han sido el sustento por el cual ha mostrado su verdadera cara: el rostro del fracaso. Esta ideología ya no se vislumbra como la salvación de la nación, pues es huérfana de una verdadera política que incluya derechos civiles no sólo de los colombianos, sino también de los entornos en que se desenvuelve todos los habitantes de este país; es decir, hay que crear derechos civiles de los ecosistemas, de los animales, de la cultura, de la tecnología y de las máquinas. Esto, para que exista una verdadera democracia inclusiva, en la que todas las esferas sociales converjan en un verdadero sentido político, que es cuidar el interés de lo público.
Después de lo sucedido en 1948 con la muerte de Jorge Eliecer Gaitán, que posteriormente originó en la mayor sublevación conocida en el país -la cual no terminó nada, pues Colombia es un terreno indómito en ideologías políticas- esa mal llamada revolución del Bogotazo, instituyó la política del caos, de lo ilegal, de la corrupción, de la pobreza, de la violencia, de las chuzadas, de la frivolidad, del olvido y del desprecio. Y es así como hemos logrado estructurar un país cada vez más destruido en su alma y espíritu territorial. En el que lo más vergonzoso es ser colombiano, sobre todo en los jóvenes, quienes se creen la salvaguarda de Colombia y no saben que el sin-porvenir de la nación son ellos mismos, ya que no tienen la menor idea de lo que es construir nación ni un verdadero conocimiento de los cambios políticos que merece el país.
Las permutaciones políticas del país tienen que surgir de una nueva reforma de organización, social, cultural y económica que asegure la igual distribución del poder entre los ciudadanos en todos los niveles (político, económico, social y cultural). Pero esto no tiene que consistir en una repartición igualitaria de las riquezas, pues dicha premisa ha fracasado totalmente, sino que el estado debe brindar las oportunidades para que los pobladores ejerzan sus capacidades con la libertad institucional legalmente decidida.
Ahora bien, esta nueva reforma de la democracia, dentro de los partidos, debe comprender al hombre como un ser extinguido; como muy bien lo diría Foucault “El Hombre ha Muerto” y la política colombiana se construye en las complejidades de los sistemas de entorno y los ecosistemas de vida. O mejor, por esferas sociales, las cuales están compuestas por micro-esferas y macro-esferas socio-políticas. Takis Fotopoulos dice que así es que “la democracia entre en el campo social, que supone la creación de instituciones de autogestión en las fábricas, oficinas y lugares generales de producción, así como en instituciones educativas y culturales (medios de comunicación, arte, etc.). Los consejos de trabajadores, consejos de estudiantes y demás, obtienen la autogestión de los lugares de producción y de los centros educativos, guiados por los objetivos generales fijados por las asambleas ciudadanas, así como por las preferencias de los ciudadanos como productores pero también como consumidores”.
Por otro lado, los partidos políticos, elaborados sobre el axioma ético-religioso de la honestidad son ilusorios. Sería bueno que se olvidaran de eso, es un albur, una fantasía, que hace parte de un collage de imposibles posturas humanistas. A esta nueva visión de los partidos en Colombia le corresponde ver sus objetivos de acción social dentro de lo éticamente correcto, lo políticamente correcto y lo dignamente correcto.
En consecuencia, más que política partidista se debería hablar de partidos hiperpolíticos, es decir, hacer una mixtura entre antropología, ontología, estética y politología– que intente dar cuenta del hombre como fracaso biológico a través del relato evolutivo del hombre como deriva biotécnica y biotecnológica . En la que también la pobreza es el resultado no de la condición humana, sino de una decepción del estado como reflejo de la verdad, la razón y la libertad, parafraseando a Hegel. El país se tiene que observar como un comodín vacío de contenido que se ha ido desinflando hasta quedar en un flactus vocis. La nueva ideología política se contextualiza en una estética emanada del habitus. Entonces, se entiende que no existen las masas sino formas de ver a los demás como masas.
Los partidos actuales no son entes de entendimiento del pueblo colombiano, cada vez se alejan más de las realidades de la nación. A pesar que algunos se muestren como los redentores (Polo Democrático Alternativo y Partido Verde) finalizan siendo una burla circense a la democracia y deficientes apologías de los partidos Conservador y Liberal, también arruinados e inútiles.
La nueva reforma política del país, desde los partidos, se enmarcarían en una reintegración con la naturaleza. Esto significa que el objetivo de la actividad económica ya no será el actual “desarrollo” eco-catástrofico que es necesario por las exigencias de competencia y lucro, sino la satisfacción de las necesidades de todos los ciudadanos de manera que se consiga una verdadera calidad de vida que sólo una armoniosa relación entre la sociedad y la naturaleza puede garantizar(Fotopoulos) .
Los partidos Hiperpolíticos son el modo por el cual se transformaría la manera de ver la democracia, pues se identificarían mucho más con los intereses de las esferas socio-económicas y las esferas socio-culturales, que están incluidas en la esfera política. Esto exige una nueva hermenéutica expresada en una configuración Post-humana, que quiere decir desde su marginalidad y escasez.
En palabras de el filosofo Peter Sloterdijk, la hiperpolítica “no remite ni a la superioridad de la política (pensada bajo el concepto de hegemonía), ni a la fortaleza de las leyes e instituciones: ella es la creación colectiva de nuevos lenguajes sobre la comunidad, la invención permanente de nuevas palabras; ella es pues un hipertexto donde se re-escribe el habitar-en-el mundo”.
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