Jairo Gutiérrez Bossa
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Artaud le declara la guerra a los órganos. Deleuze y Guattari despliegan sus máquinas de guerra contra la organización, el organismo, la Unidad. Un Cuerpo sin órganos no está vacío, muy al contrario, es un Cuerpo lleno sin órganos, es un complejo indiferenciado donde las máquinas deseantes producen producción de deseo, pues ‘el deseo hace fluir, fluye y corta’12, por eso el Cuerpo sin órganos es abierto, bifurcado, rizomático. Es pues, dice Deleuze, como una línea decorativa gótica: ‘quebrada, rota, desviada, vuelta sobre sí, enrollada o bien prolongada fuera de sus límites naturales’. El Cuerpo sin órganos es un plan o plano consistente fruto de multiplicidades que establecen y rompen sus conexiones constantemente, de manera que nunca se estratifica sino que se cuadricula de tal manera que los puntos disyuntivos tejen una gran red de nuevas síntesis. No hay órganos determinados que funcionen de maneras especificas y que dicten en definitiva cómo ha de comportarse el todo, es decir, el organismo; pero sí hay estratificaciones, codificaciones, coagulaciones, acumulaciones, sedimentaciones, en fin, una gama de jerarquías organizativas y dominantes, o como dice Foucault: ‘ascetas políticos, militantes morosos, terroristas de la teoría, […] burócratas de la revolución, funcionarios de la verdad […] lastimosos técnicos del decir (incluidos semiólogos y psicoanalistas)’, etc. A esta organización se opone el Cuerpo sin órganos, en él encontramos series de conexiones disyuntivas, hay desordenes intelectuales, perceptuales, amorosos, pasionales, perversos, límpidos, etílicos, musicales, literarios, en síntesis, hay líneas de fuga, puertas de escape, grandes aberturas territoriales. Porque en última instancia, todo se trata de huir, se huye, así lo dice uno de los niños peregrinos de la obra de Andrzejewski: ‘he huido, porque más que la seguridad de la posesión me atrae la incertidumbre de la búsqueda, ayer, anteayer, hoy y siempre me han tentado y siguen tentándome las inmensidades ignotas del tiempo y del espacio que ante mí pueden abrirse, que ante mí, a veces, se abren, atraen y apremian impacientemente, porque pueden contenerlo todo y encerrarlo todo’.

En definitiva, observamos el flujo de lo que no se puede apresar, el CsO se asemeja a los moribundos yonquis de Burroughs, a una terrible descomposición de sus cuerpos, de la sustancia que en ese momento se vuelve resbaladiza, pegajosa, carente de forma humana. Un Cuerpo sin órganos es, en última instancia, desterritorialización. Pero cuidado, nos dicen Guattari y Deleuze, si se desestratifica demasiado rápido o salvajemente, terminaremos por matarnos a nosotros mismo: ‘lo peor no es quedar estratificado –organizado, significado, sujeto- sino precipitar los estratos en un desmoronamiento suicida o demente…’. Por que el Cuerpo sin órganos no es, no quisiéramos que fuera un cuerpo muerto, lo que se busca es una acción liberada del ideal de una organización. La organización sería la “correcta” forma de ser, la identidad con el “tú debes” kantiano en oposición al “yo quiero” nietzscheano, es la sentencia reichiana del culto al orgasmo, la literatura que proclama al Estado, el psicoanálisis que neurotiza y edipiza todo lo que toca, la filosofía de academia que se cuenta jactanciosa a sí misma su propia historia, la ley de la carencia y el inconsciente significante, en resumen, todo intento de micro fascismo.
El Cuerpo sin órganos es ‘un cuerpo desorganizado, una inmensa piel fría o caliente que desplaza consigo unos afectos y unas intensidades más o menos ardientes, una vasta célula nómada en la que hormiguean unas poblaciones de rojeces, de frotes, de caricias, de estimulaciones, de poros abiertos, de epidermis exasperadas’, es la construcción de asignificantes, es decir, intensidades que recorren transversalmente el plano de consistencia, cartografiando nuevos espacios tendiendo conexiones entre las máquinas y sus flujos deseantes, proclamando la multiplicidad del inconsciente al renunciar a una interpretación dictatorial y buscar ante todo ‘la producción del inconsciente’ y no su represión.
El masoquismo ha sido mal comprendido, eso ya lo vimos. El problema, apunta Deleuze, es que sigue sin entenderse, por lo menos no se concibe fuera de un discurso en donde encontramos fantasmas, teatro antiguo, mitos, representaciones, significantes, castraciones, incestos, papá-mamá, etc.

Por esto mismo el psicoanálisis lo entiende en términos de ‘fantasma’, y a este hay que interpretarlo, se lee como un matema, en donde el sujeto está barrado, por principio ya se carece de algo, y la relación del sujeto no será más que una relación imposible con el objeto de su deseo, el sujeto irá movido siempre a la búsqueda de esta fantasma, anhelando el goce. En cambio, el esquizoanalisis, como lo proponen Deleuze y Guattari, ve en el masoquismo, por el contrario, una tentativa experimental, el masoquismo no ve obstruido el acceso a su goce debido a un fantasma, es decir no necesita del castigo para gozar indirectamente por el sufrimiento infringido, sino por el contrario, hay un ‘gozo inmanente al deseo’, de ahí que se retarde el placer, el congelamiento del ideal masoquista es plenitud de goce, el masoquista no carece de nada, ‘utiliza el sufrimiento como un medio para construir un Cuerpo sin órganos’. Un plan de consistencia donde los términos se han invertido, puro agenciamiento de sí mismo, revolución formal en la cual el deseo desborda toda territorialización previa y abre una cartografía distinta. Para el masoquista el padre no es el que castra simbólicamente sino el expulsado del campo simbólico, él es el azotado en tanto denegado, humillado en tanto forcluido. La triangulación edípica no seria entonces sino una serie de elementos de dominio y control, la estratificación del Nombre-del-padre sobre el sujeto. Es entonces que buscan, tanto Deleuze como Guattari, desedipizar al sujeto a fin de promover la disolución necesaria y constitutiva de una auténtica libertad creativa. El territorio, o uno de los posibles territorios, es la dinámica masoquista, en donde se juega el amplio e infinito deslizamiento hacia la multiplicidad y a través de ella, la virtualidad y su actualización rizomática. Pero no somos ingenuos, el masoquismo tal vez, no es el mejor medio para hacerse un Cuerpo sin órganos, pero es una posibilidad. Lo resaltable en última instancia es concebir máquinas deseantes, que no carecen de nada, es decir, no deseamos por desear, en conclusión, deseamos por que la producción deseante es constitutiva y posibilita nuevos agenciamientos.